miércoles, 19 de julio de 2023

La historia de Jonás. Una perspectiva existencial (Reflexión)

 A partir de una situación existencial que duró sus buenos cinco años, un día me acordé de Jonás, el libro bíblico. No soy creyente pero lo leí más por la curiosidad que otra cosa y descubrí que algunas de las peripecias de este profeta hebreo renegado podían leerse de otra forma según lo que yo vivía. Hoy por fin terminé de plasmar esas reflexiones y se las comparto. Les agradeceré si alguien tiene algún comentario que dejar. También les invito a que lo compartan con sus conocidos.

La historia de Jonás. Una perspectiva existencial.

El libro de Jonás es un corto relato, incluido tanto en la Biblia cristiana como en Tanaj hebreo, que se centra en un personaje, un profeta menor, y un aspecto muy puntual de su vida. Para quienes no conocen la historia con detalle, trataré de resumirla brevemente.

Jonás recibe un día el mandato de Dios de dirigirse a la ciudad de Nínive, donde parece el comportamiento de sus habitantes no agradaba del todo a este. Jonás, sin embargo, toma la decisión de no hacerlo y por el contrario, trata de llegar hasta Tarsis. Una decisión poco sensata si pensamos que, en principio, Dios es omnipresente y omnisapiente, lo cual hacía complicado que Jonás pudiera esconderse de su presencia.

Embarcó en una nave que prontamente se vio en medio de una tempestad tal que amenazaba con hundirla. La tripulación, desesperada, echaba al mar todo aquello que fuera un lastre innecesario. Parece ser que al final se dieron cuenta de quien era Jonás y porqué se había embarcado. En un razonamiento un tanto pragmático, concluyeron que esa tempestad era un castigo del dios de Jonás en contra de este y, como ellos no tenían vela en el entierro, arrojaron a Jonás por la borda, confiando que al facilitar el castigo divino, ellos serían perdonados.

En cuanto Jonás tocó el agua el milagro. La tempestad cesó, pero no las tribulaciones del pobre profeta renegado. Según el relato bíblico, Dios tenía preparada una pequeña sorpresa. Un pez enorme lo tragó, pasando en su vientre tres días y tres noches.

Jonás estando dentro del pez parece que se la jugó el todo por el todo. Al fin y al cabo, tenía mucho que ganar y poco que perder, por lo que contrito y devoto, elevó una plegaria a Dios, en la que además asumía el compromiso de terminar la tarea encomendada. El pez lo vomitó, no había otra manera de salir por la boca del pez, en tierra. 

Hasta aquí, los dos primeros capítulos, son los que para esta reflexión me fueron significativos. En el catecismo recuerdo que la monja que nos aleccionaba, siempre nos presentaba la historia de Jonás como una profecía de la resurrección de Jesucristo. “y resucitó al tercer día según las escrituras” repetíamos cada día al recitar el credo. ¿Cuáles escrituras? El libro de Jonás era una de ellas, según nuestra devota institutriz de catecismo.

A la vuelta de los años creo, sin embargo, que hay otros paralelismos que se pueden hacer de la historia de Jonás y los avatares existenciales de los seres humanos. Al menos a mí, que he pasado por una muy fuerte crisis de este tipo, no me fue ajena y me ayudó a pensar en mi condición. 

Existe un mandato que todos en algún momento hemos oído. Un mandato en contra de lo que podríamos poner en paralelo con esa Nínive impía y disoluta. En el caso de los seres humanos muchas veces nuestra moral y estructura ética entra en crisis y nos hace cometer acciones que no necesariamente nos causan satisfacción plena. Aún conscientes de que actuamos en contra de nuestra moral, nos cuesta evitarlas o cesarlas. ¿Porqué? No sé exactamente, pero ello nos produce muchas veces que haya un “llamado de Jehová”, como el que recibió Jonás, para predicar contra esa desviación. No pocas veces la evadimos, tratando de embarcarnos hacia nuestro Tarsis interior en vez de dirigirnos hacia nuestro Nínive interior.

Es en esa decisión que, también como Jonás, nos enfrentamos a tormentas, vientos huracanados y la amenaza de naufragio. Nuestras vidas, nuestra propia condición existencial, se ve amenazada. Las opciones que se presentan no son muchas veces sencillas; podemos tratar de arrojar lastre y quedarnos en la nave hasta que se hunda o nos arrojamos a las olas furiosas para tratar de sortear la tormenta de alguna manera. 

Si nos arrojamos a las olas, o sea, si afrontamos directamente la causa de ese peligro de naufragio, es usual que seamos engullidos por “un pez enorme” simbólicamente hablando. Ese pez, en que permanecemos muchas veces por semanas, meses e incluso años, es donde estamos acompañados fundamentalmente por nosotros mismos. Momentos de introspección, de evaluación, de reflexión. Momentos en que aislados de lo que nos afecta terminamos levantando ya no una oración o una plegaria, más bien una síntesis para nosotros mismos de las enseñanzas que nos ha dejado el haber capeado la tempestad.

Es cuando podemos salir del vientre de ese pez llamado introspección. Es cuando volvemos a sentir el calor del sol sobre el rostro, vemos el azul del cielo, vemos un camino, no necesariamente plano ni recto, pero camino al fin y al cabo que nos puede llevar a enfrentar nuestro Nínive interno. No pocas ocasiones logramos, como Jonás, convencer a nuestros propios ninivitas de cambiar las formas de actuar. Más que convertirnos, reconvertirnos para lograr la supervivencia en vez de la destrucción.

Así, desde mi propia experiencia que no detallo por no venir al caso, es como esa lectura de la historia de Jonás, más desde lo existencia que desde lo religioso, me ayudó a comprender mi propio proceso en el vientre del gran pez.

© Juan Reverter Murillo. Prohibida su reproducción total o parcial con fines comerciales sin la autorización del autor.


2 comentarios:

  1. Felicitaciones, escribe muy bien. Excelente referencia para analizar desde adentro la situaciones que nos suceden en todos los ámbitos y que luego facilita a las personas sobreponerse al por qué y pasar al para qué sucedió lo que sucedió

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    1. Muchas gracias por su comentario. Espero seguir contando con su valiosa lectura de mis textos.

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